viernes, 28 de septiembre de 2012

LA CORRUPCIÓN DE CHILE


A veces pareciera que hemos entrado en un proceso de decadencia en Chile. El riesgo es que en medio de ese declive, siempre está latente el riesgo de la tiranía.

Revisando la prensa, declaraciones, acciones y hechos, a veces cuesta no pensar que nuestra “democracia” está en clara decadencia. Y este desbande, que algunos llaman desorden, crisis o revolución, sería generalizado, no sólo institucional sino que social, y se viene incubando hace años. No sólo a nivel de las castas, clases o élites gobernantes y dirigentes, sino también a nivel de los ciudadanos, gobernados o súbditos.

Parece que todos en cierto modo estamos a la defensiva, sublevados no sólo contra ciertas instituciones y los abusos, sino también contra las más básicas normas de convivencia. A veces parece que estamos entrando en una especie de guerra de todos contra todos al modo hobbesiano, contra el vecino, el gobierno, la oposición, jóvenes, viejos, gay, policías, extranjeros, el jefe, el empleado, el funcionario público, la vendedora, el chofer, el pasajero del metro, del bus, etc.

Probablemente si Platón viviera, diría que irremediablemente ha surgido la discordia, que es la base de la destrucción del Estado o la sociedad.

¿Dónde estaría el origen de aquella disconformidad según Platón? En los excesos que transforman las virtudes en vicios.

Para Platón las formas de gobierno y las sociedades sufren un proceso de degeneración insalvable, pasando sucesivamente desde la oligarquía, la democracia, hasta terminar en la tiranía. Lo interesante es que dichas fases están ligadas con la pasión dominante en los gobernantes –yo agregaría en los gobernados-.

Así, el ansía desmedida de riquezas marcaría a la oligarquía; el ansía desbocada de libertad convertida en licencia, marcaría a la democracia; y la violencia y arbitrariedad marcarían a la tiranía. ¿No es acaso la mezcla de todo esto lo que hoy vivimos en Chile a todo nivel?


En Chile parece que caminamos al filo de entrar en ese espacio donde nadie, ni gobernantes ni gobernados respetan nada ni a nadie. Este proceso no es nuevo sino que se viene arrastrando hace años en diversos ámbitos como la educación, la economía, la política, la cultura, el urbanismo, etc.

Entonces, la indiferencia e inobservancia ante las normas, nos lleva la incoherencia, y entonces se comienza a perder el respeto por todo. El riesgo es que incluso se puede perder el respeto a la vida. Entonces, como plantea Bobbio: donde surge la discordia “se produce la situación más favorable para la constitución del peor de todos los gobiernos, la tiranía”.

¿No es acaso en ese espacio indefinido entre la Política y la Barbarie donde nos encontramos?

La solución política implica abordar los antagonismos y resolverlos dentro de sus márgenes, que no son otros que el debate de ideas y la polémica constante. Y ese espacio lo ofrece de mejor forma la Democracia, que no es otra cosa que la ética de la argumentación. La Barbarie implica pretender la supresión del antagonismo, es decir del contrario, no mediante la palabra –pues eso es imposible- sino mediante la coacción. Con ello, se produce la supresión de la Política.

La forma ideal de gobierno -que para Platón serían la aristocracia o la monarquía- según Bobbio jamás han existido. Es probable porque no existe nadie del todo virtuoso e inmune a los influjos nefastos del poder, lo que hace imposible cualquiera de las dos formas ideales.
Para Platón, la única esperanza era encontrar un rey filósofo. En estos tiempos, lo que nos queda es confiar en las instituciones democráticas, y la primera de éstas es el diálogo.

viernes, 14 de septiembre de 2012

LAS BARRICADAS FUNCIONALES AL DESPOTISMO


En un artículo titulado La necesidad y legitimidad de las barricadas, se propone trabar la economía chilena mediante protestas violentas para lograr respuestas. El autor desdeña de las formas de resistencia pacífica, olvidando que el boicot puede ser más efectivo y legítimo que una barricada en la calle.

El sociólogo Sebastián Guzmán, plantea que el movimiento estudiantil debe avanzar hacia una nueva estrategia incluso violenta (sin definir a qué se refiere con ello), para así lograr mayor respuesta a sus demandas. Además, alude a que la protesta violenta se justifica pues sería de carácter defensivo en cuanto a la acción coactiva del Estado y la indolencia de la autoridad, y que por tanto negarse a ella sería justificar sólo la violencia estatal, o ser ingenuo pacifista.

Guzmán confunde dos variables que no necesariamente van de la mano en su argumento basado en datos. Una cosa es el apoyo que una demanda determinada puede tener, y otra distinta es considerar que la violencia afecta –o puede afectar- el apoyo a esa demanda. Puedo apoyar la idea de cambiar la Constitución, pero puedo rechazar que dicho cambió se haga mediante violencia radicalizada entendida como coacción o daño a la propiedad de otros ciudadanos.

Cuando ejemplifica con Aysén, nuevamente confunde las variables, una cosa son los métodos de protesta, y otra los apoyos a ciertas demandas. Son cosas distintas. Olvida que un 52,6 % de un 100% que rechaza la violencia en Aysén, es la mitad más uno…

Esa confusión lo hace creer que se puede “radicalizar” el movimiento –sin definir a qué se refiere- porque se cuenta con el apoyo ciudadano en cuanto a las demandas para validar sus acciones –una vez más sin definir a qué acciones se refiere-.

En su planteamiento tampoco define qué es una protesta disruptiva. En eso, obvia la necesaria distinción conceptual entre violencia y agresión, que no son lo mismo aunque la mayoría confunda ambas cosas.

Luego como no toma en cuenta esa diferencia, confundiendo violencia con agresión, dice: “cuando el sistema político en Chile permite a los políticos hacer oídos sordos a la ciudadanía que se expresa en reuniones o en protestas pacíficas, aprendemos que el que no llora no mama”. El viejo lema: Por la razón o la fuerza.

Pero olvida que esos políticos que hacen oídos sordos a las demandas, han sido electos por esa misma ciudadanía que en su gran mayoría apoya dichas demandas sociales. No obstante, ni siquiera se pregunta cómo se produce tal hecho. Y menos considera que la respuesta está ahí, en no votar a esos políticos sordos. Lo más violento y disruptivo sería que la gente no los vote en las elecciones.

Pero claro, es más fácil y requiere menos esfuerzo, llamar a agarrar un basurero, bloquear la calle y prenderle fuego, que fomentar un voto informado. Lo primero se logra con un par de slogan, lo segundo requiere un trabajo extenso.

Por otro lado, Guzmán olvida que para “parar” una economía, existen diversos medios pacíficos como el llamado al boicot, que es un asunto voluntario y no impuesto como una barricada.  Como no considera eso, y necesita justificar las acciones violentas, fácilmente cae en la crítica hacia la resistencia pacífica, cuestionando las acciones de algunos de sus representantes emblemáticos, Gandhi y Luther King.

Guzmán plantea los límites de la resistencia pacífica en cuanto a resultados, diciendo entre otras cosas que incluso Gandhi tomó parte activa en guerras en Sudáfrica. Pero tomar parte activa en una guerra no significa salir a disparar o ejercer coacción contra otros o su propiedad. En eso, no sólo confunde resistencia pacífica con pasividad, sino que olvida que dichas acciones llevadas a cabo por Gandhi, no fueron coactivas.

En el caso de Luther King, Guzmán reduce el cambio radical y progresivo que implicó el Movimiento por los derechos civiles, a la mera obtención de asistencia estatal para la gente de color, cuando dice que “la expansión de asistencia social para los afroamericanos no fue una respuesta directa a la no-violencia activa de Luther King, sino a los disturbios violentos de la época”. Pero olvida que el movimiento logró apoyos y resultados a nivel federal como la ley del  derecho al voto de 1965, y que la resistencia fue a nivel de algunos estados sureños.

Con eso olvida el largo proceso que se inició con el movimiento por los derechos civiles, que tuvo resultados más importantes y trascendentes a nivel federal y más allá de la mera asistencia, que tienen relación con un cambio de mentalidad que no se logra mediante la violencia coactiva sino mediante las ideas.

Guzmán obvia esto porque simplemente contradice su tesis de que la violencia coactiva es más efectiva y legítima que la resistencia pacífica. Lo peor es que olvida que la violencia coactiva de la protesta genera una respuesta no deseada: fortalece la acción coactiva del Estado contra los ciudadanos en general.

Finalmente la violencia aceptada como forma de acción política siempre favorece al despotismo.

lunes, 10 de septiembre de 2012

ENSAYO SOBRE LA LUCIDEZ Y FUNAR DEMOCRÁTICAMENTE LAS ELECCIONES


Funar las elecciones municipales interrumpiendo el proceso de cualquier forma es algo antidemocrático y autoritario. Ir a las urnas y votar nulo es lejos lo más democrático y revolucionario. Los jóvenes eligen.

La vocera de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES), Eloísa González, llamó a “funar" las elecciones municipales del 28 de octubre, debido a la "nula respuesta de la clase política" a las demandas estudiantiles.

La ambigüedad del emplazamiento –sin definir cómo sería la funa- ha dejado a los estudiantes en edad de votar entre una posición tremendamente antidemocrática que no obstante igual fortalece al poder, o una muy democrática e incluso revolucionaria.

Hablando de Democracia en la Fundación Balmaceda con jóvenes estudiantes secundarios, surgió el tema del llamado a funar las elecciones hecho por la ACES. En mi opinión, la “funa” será de índole totalmente antidemocrática si se efectúa mediante coacción o interrupciones del proceso que ejercen otros ciudadanos; o puede ser de índole tremendamente democrática si los estudiantes deciden ir a las urnas y anular sus votos.

La funa mediante acciones coactivas, tomas, interrupciones, da pie para que la clase política una vez más reitere que a los jóvenes no les interesa la política, que no valoran ni entienden la democracia, y que no respetan los derechos de otros ciudadanos. Por tanto, sus demandas y acciones responden a cuestiones viscerales. El poder en este caso, se ve fortalecido en todo sentido.

La funa votando nulo o como les parezca, demuestra que los jóvenes sí valoran la democracia, la quieren mejorar, pero que las opciones electorales y partidarias en competencia no los satisfacen porque no los representan. El poder, igual que en Ensayo sobre la lucidez de Saramago, quedaría en jaque.

Siempre es más contundente un gran número de votos nulos, que un gran número de abstenciones, porque el voto nulo implica interés en el proceso democrático, implica valores democráticos, pero falta de representatividad de los actores en el juego electoral. La abstención en cambio puede interpretarse de diversas formas, las más comunes como desinterés, flojera, ignorancia, etc. Sí a la abstención le sumas interrupciones del proceso, es claro que se interpreta de la peor forma.

Esta semana, la vocera de la zona norte de la ACES, Eliana Saavedra dijo que no harían tomas de locales de votación en las elecciones, y agregó que “se van a usar otras estrategias, otras acciones que serán igual de importantes, acciones mediáticas".

Queda la duda con respecto a cuáles serán esas acciones. Aunque ¿Qué más mediático y revolucionario que un gran número de votos nulos en la próxima elección?

jueves, 6 de septiembre de 2012

EL MÉRITO COMO BASE DE UNA SOCIEDAD LIBRE


En una interesante columna, Axel Káiser plantea que una meritocracia tendería irremediablemente hacia el colectivismo y la coacción. No obstante, parece olvidar que el reconocimiento del mérito es un elemento clave para sustentar una sociedad libre en todo sentido.

Una de las cuestiones que caracterizaba a las antiguas sociedades tradicionales monárquicas de antaño era su fuerte estructura de privilegios. Los miembros de la “aristocracia” tenían prerrogativas, no por las cualidades individuales de sus componentes, sino por su mera pertenencia a dicho grupo o casta, y su ligazón (basada en el linaje, la fidelidad personal, o la obediencia por piedad) con el poder político de dicho tiempo.

Entre las prerrogativas estaban no sólo la exención tributaria, sino también ciertos niveles de inmunidad jurídica, y el acceso a bienes diversos entregados de manera arbitraria por parte de los miembros de la monarquía, como la concesión de tierras obtenidas bajo coacción. Es sabido por ejemplo, que María Antonieta y sus amigotes “nobles”, mantenía una vida licenciosa y de despilfarro a costa de las arcas fiscales.

Esto explica muy bien por qué los liberales y los primeros radicales, que no pertenecían a ese grupo favorecido, se oponían al privilegio de dichas castas, defendían las libertades personales y la idea de libre mercado.

Es decir, promovían “una distribución deseable y justa de riqueza que fuera resultado de los "méritos" de cada cual”, por sobre la estructura de privilegios que se sustentaba en el poder político coactivo, que entre otras cosas, generaba una estructura de desigualdad casi imposible de derribar.

Contrario a lo que plantea Axel Káiser, el reconocimiento del mérito personal como un principio a respetar y como elemento fundacional del orden liberal, implicaba respetar el derecho a la autoposesión y por tanto el derecho a la propiedad de cada cual.

El mérito sigue siendo un elemento esencial para promover el respeto al derecho de propiedad ajeno. Nadie, ni siquiera el más igualitario o colectivista, se atrevería a plantear que lo obtenido por Alexis Sánchez o por el cantante Américo, gracias a su talento y mérito, debe ser expropiado o repartido entre todos.

El planteamiento actual en cuanto al mérito, tiene una base similar a la de antaño. Se opone a un sistema de privilegios que no tiene mucha relación con el mérito personal, sino más bien con el poder político-económico, que poco tiene que ver con la eficiencia en la satisfacción de deseos ajenos según la decisión libre de otros. Es decir, que no es de libre mercado.

La libre competencia real supone poner en funcionamiento las cualidades que nos permiten ser el mejor futbolista o un gran cantante. Es decir, dar rienda suelta a nuestras virtudes.

El problema actual es que el mérito -en sociedades como la chilena- responde más bien a una estructura de privilegios dada e incluso sustentada por el Estado, donde las cualidades personales valen menos que otra clase de elementos como el apellido, los contactos, el fenotipo, la militancia, el credo, o la batería de certificaciones que siempre impone el poder coactivo.

Me parece que a eso apuntan quienes –entre ellos muchos liberales- plantean una sociedad donde la distribución o lo justo, se base en el mérito personal, es decir, en la cualidades desplegadas por cada uno.

Contrario a lo que dice Axel Káiser, es el privilegio imperante el “que supone necesariamente el reconocimiento arbitrario y subjetivo de una autoridad que determine quién tiene méritos y quién no”. Por ejemplo para gobernar.

En una meritocracia real habría libre competencia, no un Estado asignando privilegios mediante coacción.

Y eso se ejemplifica en una familia, donde los padres permiten que los hermanos puedan acceder a similares oportunidades, y según sus méritos –lo que implica desplegar sus intereses y deseos también- puedan acceder y desarrollar su vida como quieran.

El problema no es el mérito, sino el privilegio. Al confundir esto, tanto detractores como promotores del mérito, se genera la creencia errada de que la herencia no es justa.

Pero lo que Alexis o Américo hereden a sus hijos es justo, pues lo obtuvieron gracias a sus propios méritos.