jueves, 22 de septiembre de 2011

UNA REVUELTA POCO ILUSTRADA


Quienes dicen que toda la crisis educacional es un simple alzamiento de los ignorantes y por tanto es ilegítimo, olvidan la asonada del modelo educativo contra la Educación misma.

Leyendo diversos comentarios en torno a la crisis educacional, no ha dejado de llamarme la atención, una creciente apelación a la mala educación de los jóvenes, a su falta de civilidad, e incluso a “su anarquismo” (sin definir qué es el anarquismo), para cuestionar las demandas estudiantiles.

En la mayoría de estos comentarios, se apela a la existencia de una rebeldía que sería sin causa, más bien delictual, traducida en una rigidez sin justificación, cuya causa principal radicaría en la inmensa ignorancia de los estudiantes, que permitiría que sean manipulados por grupos minoritarios y extremistas, con intereses más ideológicos y dogmáticos que educacionales.

En otras palabras y según estos argumentos, las demandas y la tozudez estudiantil en cuanto a éstas serían ilegítimas, pues estarían siendo enarboladas por una masa de ignorantes, manipulados (algunos incluso agregan que lo que menos les interesa es aprender y educarse).

Algunos agregan que a partir de eso, la falla no es del modelo educacional sino de las familias de esos “ignorantes manipulados” -que también serían ignorantes- por no fomentar la educación de sus hijos, pues “el ignorante, por voluntad –si la tuviera- saldría de la ignorancia”.

Lo interesante es que estos argumentos no son errados del todo. Efectivamente, existe una gran masa de individuos –varias generaciones- que poco o nada conocen de principios básicos de civilidad, de buenos modales, de respeto al prójimo, y de educación en sentido amplio. No son espíritus cultivados.

Lo anterior se ve reflejado diariamente al momento de subir al transporte público, bajar del metro, en diversas filas donde uno espera un turno para ser atendido, en las calles con los conductores y peatones imprudentes y borrachos, con la gente que bota papeles al piso estando a metros de un basurero, en las barras bravas, en los centros comerciales, y un largo etc.

Nuestra sociedad se caracteriza por una creciente incivilidad, sin distinción de clases o posición social o económica. Y ello se debe en gran medida al fracaso del sistema educacional en su conjunto, de manera global. No por nada, el año 2000 se nos indicó que un 80% de los chilenos entre 16 y 65 años no tiene el nivel de lectura mínimo. Y nadie se inmutó.

No es raro entonces que la cultura de lo vulgar (y la “idiotización” y embrutecimiento alienante que ello conlleva) se sitúe cada día sin problemas en todos los ámbitos de la vida colectiva e individual, en la prensa, la cultura, la moda, incluso la política y el lenguaje. Como algo normal. Entonces, como sociedad -y sin darnos cuenta- volvemos a la minoría de edad, a la barbarie.

Y entonces,  efectivamente esta revuelta estudiantil es en parte un levantamiento de los sin educación, de aquellos que por generaciones han ido a las escuelas, creyendo que iban a aprender y a ilustrarse, pero han salido de éstas sin siquiera entender lo que leen.

Pero hay algo más importante, es un levantamiento contra otra revuelta previa, la que el sistema educacional ha llevado a cabo desde hace años contra los principios ilustrados más básicos.

Esa revuelta del sistema educacional contra la Ilustración, ha sido una revuelta que silenciosamente, de manera paulatina, ha ido instaurando la vieja lógica del saber exclusivamente para los señores, mientras el resto pulula en la ignorancia, la banalidad -en la mera domesticación-. Con ello, ha ido contra la principal tarea de la educación, la conciliación entre Libertad y normas.

Entonces, quienes dicen que toda la crisis educacional es un simple alzamiento de los ignorantes y por tanto es ilegítimo, olvidan la asonada previa del modelo educativo contra la Educación misma.

Y peor aún, olvidan que esa falta de civilidad que el modelo educativo perpetúa por generaciones, va en el corto y largo plazo contra de la vida en sociedad. Va contra la paz y la libertad.

Es decir, olvidan que la falta de educación generación tras generación, implica una reversión hacia la barbarie. Un ataque a la Razón en sentido kantiano. Y el hombre se vuelve zafio (bruto). Entonces, el campo se vuelve fértil para cualquier dogma totalitario y criminal que dispone de las masas ignorantes, a través del cual codiciosos, populistas y dictadores, encuentran el camino despejado para saciar su ambiciones personales de poder absoluto.

En medio de la crisis educacional, aún es tiempo de defender y anteponer los principios liberales e ilustrados en cuanto a la Educación, para no dejarla en manos de populistas y dogmáticos ansiosos de poder.

Porque no hay que olvidar cuál es el propósito central de la educación, que en la ilustración se planteó como principio esencial, la libertad: ¡Sapere aude! ¡Ten  el  valor  de  servirte  de  tu  propia  razón!  (Kant, 1784).

martes, 20 de septiembre de 2011

VOLVER A CLASES, Y LA REPITENCIA SISTÉMICA



La pérdida del año escolar ha sido una de las principales formas de presión contra los secundarios, desde que hace 4 meses se tomaron las escuelas. Hoy se habla de 70 mil repitentes. ¿Cuánto han perdido realmente?

Después de una nueva juerga patriotera, de las que el poder nunca se ha quejado, se anuncia con pavor que 70 mil estudiantes (el 2%) han perdido el año escolar, invocando claramente a culpabilidades paternas y estudiantiles, nunca al fracaso del poder en cuanto a un modelo educativo impuesto por éste.

Esa apelación responde a un mito muy difundido entre moros y cristianos: aquel que asimila la escolarización compulsiva con educación de calidad y aprendizaje. Pero, volver a la sala de clases no es sinónimo de ir a educarse necesariamente.

Hay un hecho irrefutable en este sentido, que es la existencia de un sistema de educación que lleva años en crisis, que es desigual, precario y de mala calidad para un número importante de individuos. Entonces surge la pregunta ¿De esos 70 mil, cuántos reciben educación de buena calidad, regular, o de mala calidad de frentón? Y entonces, dirimiendo eso ¿Cuánto de buena educación han perdido realmente esos 70 mil?  

Claro, lo más óptimo -para el poder sobre todo- sería que todos los alumnos vuelvan a sus aulas (sean de educación excelente, regular o mala) simplemente para decir: “todos se están educando de nuevo” o para decir “todos han vuelto a estudiar” o “ha imperado el derecho a la educación”.

Pero ¿Todos se estarían educando de nuevo con el sólo hecho de volver a clases?

La pregunta es clave, puesto que el riesgo de la “repitencia” (No sé por qué la demonizan cuando el problema más grave es que: se hace pasar de curso a gente que no ha aprendido) está siendo usada implícitamente como argumento para deslegitimar las demandas estudiantiles ante un sistema educativo fracasado.

Fracasado porque se ha traducido en una “repitencia” silenciosa y sistémica, de miles cada año, que salen de las escuelas y no entienden lo que leen. Es decir, un problema pasado, presente y peor aún futuro –si no se aborda con perspectiva-. Ese es el meollo del asunto. 

No hay que olvidar que  el año 2000, un estudio de la OCDE indicaba que un 80% de los chilenos entre 16 y 65 años no tiene el nivel de lectura mínimo para funcionar en el mundo de hoy. Y que éramos lo peores en comparación a otros países. O que en ese momento, las autoridades chilenas ni se inmutaron. Seis años después, los secundarios iniciarían una serie de movilizaciones exigiendo mejoras profundas a un sistema educativo escolar en crisis.

Y claro, en los países mejor evaluados, las habilidades lectoras fueron adquiridas en los primeros años de escolaridad, gracias a sistemas educativos primarios de calidad universal. Insisto, volver a clases no es sinónimo de ir a aprender o educarse necesariamente.

Kant decía que “no se debe educar en base al presente, sino en base al futuro”. En torno a un fin, que no es otro que un mundo mejor en base al desarrollo de las mejores disposiciones humanas, generación tras generación. No habla de igualitarismo en ese sentido, sino de libertad para vivir de manera civilizada.

¿Ofrece algún futuro un sistema educacional fallido y segregado que no desarrolla tales disposiciones hacia lo civilizado y la libertad? ¿Qué visión del futuro tiene el poder –vigente y pasado- en cuanto a la educación si no considera aquello como eje central?

Lo cierto es que el poder –del color que sea- sólo mira a la educación en cuanto al presente (la disciplina irracional bajo su alero, el mero adiestramiento) y no en cuanto el futuro. Es decir, en cuanto al desarrollo de generaciones cada vez mejor educadas y pensantes, que obren por principios.

En esa inmediatez básica, el poder busca arrastrar a los padres, que al igual que sus hijos perciben la falla endémica del sistema, y siendo ellos mismos productos de éste, en el fondo no quieren que sus hijos o nietos, sean parte de esas cifras prácticamente endémicas, de chilenos que no entienden lo que leen. Pero, bajo la presión de los certificados, las cuotas, el endeudamiento y el temor irrisorio a la “repitencia” de sus pupilos, paulatinamente se pliegan a la indiferencia del poder con respecto al problema educativo.

Supongamos que los estudiantes vuelven a sus aulas (y sus segregaciones). ¿Qué pasaría con el tema educativo? ¿Ocurriría lo mismo que el 2006 cuando las élites políticas en conjunto, se auto vanagloriaban de sus acuerdos y levantaron los brazos en conjunto, proclamando mejoras a la educación, un cambio de nombre? ¿La discusión y la solución quedarán en manos de una élite política sin visión de futuro, que ha reprobado el ramo de representación, que sólo reacciona ante presiones y que probablemente tampoco entiende lo que lee?

Kant decía “el arte de la educación necesita ser razonado”. Plantear volver a clases porque sí -para simular educación, o estudio, y no perder certificados- no altera en nada el problema crítico de un modelo educacional fallido, que desde hace años no ha sido razonado (ni enfrentado) y que se traduce de manera creciente -en palabras de Kant- en generaciones de padres “mal educados que educarán mal a sus hijos”. 

miércoles, 7 de septiembre de 2011

UNA TRAGEDIA UNIDIMENSIONAL


Esta semana, la muerte ha triunfado, no porque haya aparecido como diariamente y sin aviso lo hace sobre nosotros los mortales -que olvidamos ese dato- sino porque los medios la han convertido en un fetiche colectivo para reafirmar la unidimensionalidad del poder.  

La muerte de 21 personas, incluidos un conocido y carismático animador de televisión, el viernes pasado, ha sido un hecho lamentable, impactante triste y trágico. No obstante, los medios masivos, el poder y miles de opinantes ciber espaciales no han tardado en generar una falsa sensación de parálisis completa del país, de la existencia, de la vida misma.

Apelando a entelequias discursivas como “el alma nacional o el dolor nacional”, han levantado la idea de parálisis y dolor colectivo, que ha ido acompañada de una especie de freno a cualquier otra actividad –colectiva- que no gire en torno a la tragedia, o que “vaya contra el alma nacional en duelo” (aunque las cuentas y los intereses siguen como si nada).

Se ha producido una catarsis colectiva que refleja rotundamente la siempre potencial y ahora clara unidimensionalidad que (a lo largo de los años) los medios masivos de masas y el sistema educacional han constituido a punta de des-educación, a nivel individual y por ende colectivo. Y ha demostrado su funcionalidad.

Así, para las élites (que desde hace meses enfrentaban la revuelta del rebaño que parecía escapar de su letargo, y parecía querer enfrentarse a las bases mismas del poder) el surgir “espontáneo” del dolor colectivo ante la tragedia (que no es más que el reflejo de esa unidimensionalidad colectiva y del dominio de los medios de masas) ha sido la mejor forma colectiva de frenar la revuelta misma. Esa revuelta expresada por el movimiento estudiantil que se alzaba como una cuestión colectiva contra las bases que sustentan todos los privilegios.

Les ha servido para poner en duda el momento de tales demandas o de sacarlas de la mente “del alma nacional” por un tiempo. Como si los propios mandantes, cegados por el dolor de una tragedia que les es ajena en sentido estricto, se hubieran olvidado de sus reclamos más directos.

Entonces, el accidente que lamentablemente costó 21 existencias, rápidamente ha servido al poder, para apelar nuevamente a la idea abstracta de “unidad nacional” y a través de ésta noción, para indicar que cualquier reivindicación -por lo demás colectiva- como una marcha estudiantil, es improcedente e irrespetuosa “con el dolor de Chile”. Lo mismo se produjo con los mineros. Entonces, se produce el cierre del universo político y la unidimensionalidad se concreta a través de nuevos focos de idolatría.

Así, de manera claramente utilitaria, se ha alimentado una especie de catarsis colectiva en torno a la tragedia y la muerte de esas 21 personas, que en el fondo es simbólica, y sobre todo tremendamente mediatizada. Totalmente de masas. Y entonces, se vive una especie de duelo constantemente televisado y twitteado a cada minuto. Sólo basta rebobinar o hacer retuitear al dolor.

Y se produce entonces, una especie de crucifixión moderna, tecnológica, masiva y sobre todo aséptica. Donde hay mártires elevados a una superioridad moral y humana incomparable, una causa noble, y sacerdotes que catalizan el dolor, pero no culpables. Eso ni pensarlo. Y con ello se produce una especie de endiosamiento virtual donde no hay espacio para insensibilidades, ni críticas, ni disidencias. Como una religión. Entonces, el poder, desde lo simbólico, desde lo más emocional, vuelve a encauzar al rebaño. Y como siempre lo ha hecho, le entrega mártires para venerar.

Insensible, desalmado. No, sólo me cuesta entender un fenómeno extraño, que es en el fondo un duelo en base a una imagen, creada, pensada para proyectarse, para ser perfecta, intachable, para ser como la muerte, inmortal. 

Me cuesta entender un éxtasis colectivo en torno a la muerte, donde resulta que si no lloras o elevas alabanzas hacia el fallecido, o eres un envidioso, o un inconsciente, o un insensible.

De seguro, en torno a la muerte de Valdés, también surgirá la apelación a la “unidad nacional”.

EDUCACIÓN E INDIVIDUALISMO


La discusión en torno a la educación sigue sustentándose en una idea de la educación acotada, instrumental.

¿Cuánto se han preguntado con qué fin educamos? ¿Qué es educación? ¿Escolarización compulsiva es lo mismo que educación? ¿O educación homologada bajo criterios de poder es educación?

O la pregunta de Max Stirner “¿Se educan a propósito nuestras disposiciones para que seamos creadores, o se nos trata puramente como criaturas cuya naturaleza no admite más que la doma?”

Y a partir de esa pregunta, veo que en la discusión general se han obviado conceptos claves para entender qué es educación, ya sea porque se mal entienden o se consideran irrelevantes, como el individualismo.

El individualismo es lo que nos hace humanos, lo que nos define como fines en sí, lo que nos permite ejercer la autonomía personal, el autogobierno, la autodeterminación, elegir los caminos de la felicidad. En definitiva, la libertad.

Plantearse contrario al individualismo es en el fondo suprimir al ser humano, en su pluralidad, en su diversidad. Atacar el individualismo es imponer una ética guerrera, tribal, no humanista. Y por ende, atacar el individualismo es ir contra el pensamiento crítico y autónomo.

De hecho, atacar el individualismo es plantear la vuelta a una sociedad tribal donde la horda impone todo.