martes, 31 de agosto de 2010
ANARQUISMO: ACLARANDO CONCEPTOS
miércoles, 25 de agosto de 2010
EL DERECHO A SER HIPPIE DE MIERDA
- La ciudadanía elige a sus gobernantes, y por tanto tiene el derecho a exigirles cumplir lo prometido.
- La ciudadanía puede mirar con recelo al gobierno, sin importar incluso si es de su preferencia, teniendo presente que los gobernantes no son infalibles ni iluminados por dios, sino simples seres humanos. Esto porque “el Estado hace las leyes y, a menos que haya una opinión pública muy atenta en defensa de las libertades justificables, el Estado hará la ley a su propia conveniencia, la cual puede no corresponderse con el interés público” (Bertrand Russell).
- La ciudadanía tiene el derecho a disentir de las decisiones del gobierno, y de oponerse de forma legal y pacífica, sí así le parece, excepto si el gobierno entra en un plano agresor. Como decía Bertrand Russell, “si se quiere que la ley sea respetada, debe ser considerada digna de respeto”.
martes, 17 de agosto de 2010
TERMOELÉCTRICA CAMPICHE: UN EJEMPLO DE CAPITALISMO DE AMIGOTES
miércoles, 11 de agosto de 2010
INTOLERANCIA TOLERABLE
La tolerancia y su defensa se han convertido en un asunto trascendente en la mayoría de las discusiones actuales en diversos ámbitos. No obstante, la defensa de la tolerancia siempre conlleva el riesgo de volverse intolerante.
El rayado de un muro del Jardín Infantil del Instituto Hebreo con consignas antisemitas, ha generado en los espacios virtuales -como twitter- una serie de respuestas de rechazo (claramente entendibles) con llamados a las autoridades a actuar enérgicamente, incluso para que evite que se inscriba el partido nazi (que supuestamente estaría a 100 firmas para lograrlo).
Pero entonces surge la pregunta, ¿Podemos ser intolerantes para defender la tolerancia?
Como primero respuesta, me atrevo a decir que no. Algunos dirán que Karl Popper planteaba que “si concedemos a la intolerancia el derecho a ser tolerada, destruimos la tolerancia”. Explicaré el por qué eso no es tan cierto.
La defensa de la tolerancia se hace cada vez más manifiesta y necesaria en sociedades abiertas y extensas, donde deben convivir diversos individuos con cosmovisiones y modos de vida variados, e incluso antagónicos. Dicho resguardo implica respetar la libertad de pensamiento, culto y por tanto proteger derechos civiles básicos como la libertad de expresión y reunión de los individuos. Incluso de aquellos, cuyas ideas les hacen considerar –erradamente- que los grupos –generalmente entelequias- a los que pertenecen son más valiosos e importantes que otros, y que consideramos profundamente erradas o nocivas, según nuestro punto de vista.
Así, algunos dirán: como hay ideas -y con ello grupos e individuos- que fomentan el odio, la discriminación o el enfrentamiento y por tanto, y “por el bien de la sociedad” deben ser proscritos.
Pero entonces surge una duda metódica ¿Y quiénes definen cuál es ese bien y por tanto qué grupos o ideas se deben prohibir?
La mayoría nunca se hace esa pregunta, ni siquiera algunos proclamados defensores de la tolerancia. No obstante, cualquiera sea la respuesta, siempre se cae en el riesgo de demonizar a priori a ciertos grupos en base a diversos criterios, a veces profundamente dudosos. La defensa de la tolerancia entonces se vuelve intolerante.
Esta defensa intolerante de la tolerancia es apreciable en distintas discusiones actuales que se llevan a cabo, sin que los propios interlocutores la aprecien, incluso aquellos que enarbolan el discurso de la tolerancia. No es raro entonces que –en defensa de la tolerancia- en algunos países se prohíba y sancione legalmente expresar ciertas opiniones relativas a diversos temas. Esto no fomenta la tolerancia sino que la debilita. La opinión y el pensamiento deben ser absolutamente libres.
Por eso, la proscripción o prohibición de ciertas ideas, símbolos, opiniones o mensajes, en defensa de la tolerancia y basada en la prohibición en base a temores remotos, puede terminar siendo un acto de profunda intolerancia, que conlleva el riesgo de convertirse en una inquisición religiosa o una purga ideológica.
Sólo es legítimo actuar y responder con fuerza, cuando esos individuos -organizados en grupos- arremeten contra la vida o la propiedad de otras personas. Es decir, cuando amenazan o hacen uso la fuerza.
Lo anterior, no significa que la defensa de la tolerancia implique pasividad ante el dogma y el fanatismo de cualquier índole, pero sí, y tal como decía Popper, un pluralismo crítico, que combata en el plano de las ideas, aquellas que fomentan la agresión, que incitan a las personas unas contra otras, que fomentan el racismo o cualquier otra bobada. Siempre teniendo presente nuestra propia falibilidad, ignorancia, y que no existe una verdad última.
La única ética clave de la tolerancia es la de Schopenhauer que Popper parafraseaba: No perjudiques a nadie, sino que ayuda a todos lo mejor que puedas. El axioma de no agresión.
miércoles, 4 de agosto de 2010
HAPPY FEET O LA NATURALEZA HUMANA
La apelación a la naturaleza humana, generalmente parece ser un argumento que cierra cualquier discusión. No obstante, siempre hay que desconfiar apriori de dicha apelación –antigua por lo demás- porque frecuentemente sirve de soporte para el más viejo de los modos de dominación, el miedo a lo desconocido.
En la película Happy Feet, una comunidad de pingüinos emperadores, está regida por una gerontocracia, que dicta las normas que rigen las relaciones entre los miembros de su especie. El dogma de dichas reglas, basado en la naturaleza, es que todo pingüino debe cantar bien para encontrar pareja.
En base a ese credo –que se impone como verdad revelada- esos líderes hacen que toda la comunidad de devotos pingüinos rechace a un joven pingüino llamado Mumble, que no puede cantar, pero sí bailar muy bien.
Según esos viejos pingüinos autócratas, el don del baile de Mumble es antinatural, extraño, aberrante y un riesgo para la sociedad y valores de la colonia. Por eso, también lo culpan de la escasez de peces, pues su aberrante actitud estaría enfureciendo a su dios.
¿Les suena todo eso conocido?
Probablemente. Esa la táctica del miedo a la que apelan algunos para generar dominación. Generalmente se basa en mitos, ficciones o temores remotos, que se vuelven verdades incuestionables, como la apelación a una determinada naturaleza. Por ejemplo, Hobbes constituye así su apelación al Leviatán, en base al miedo a otros hombres -otros lobos- y al mismo Estado.
Esa apelación a la naturaleza humana como instrumento para infundir miedo es siempre cuestionable, puesto que en base a ella, antiguamente se decían cosas hoy irrisorias, como que sin la monarquía absoluta -primero del Papa y luego de otros- entraríamos en una anarquía destructiva, que volveríamos a la barbarie. Se decía que la secularización traería corrupción social, o que la democracia iba a colapsar si la mujer votaba. Todo ello adornado con la frase llena de pretensión: la sociedad no está preparada.
Bajo la misma idea del miedo basada en la apelación a la naturaleza humana, se decía que la sociedad, los valores, se iban al tacho de la basura si los esclavos eran libres, que hijas e hijos se corromperían si los “negros” se casaban con blancos o si iban a las mismas escuelas, y por tanto había que alejarlos de los barrios, iglesias, y un largo, etc. Y reitero, todo ello adornado con la frase: la sociedad no está preparada.
¿Se imaginan que Martín Luther King o Gandhi hubieran esperado a que la sociedad estuviera preparada?
La lógica, al igual que en Happy Feet, es y ha sido siempre la misma, indicar que lo distinto va contra la naturaleza humana y por eso pone en riesgo nuestra existencia, y por tanto hay que evitar alterar esas “tradiciones”, hay que alejarlos de nosotros, desterrarlos o reconvertirlos.
Hoy, ante la discusión sobre el matrimonio gay, se apela a lo mismo, al miedo en base a la naturaleza. Se nos dice que la familia está en riesgo, incluso que la especie está en riesgo, como si el sólo hecho de que a algunos les guste más bailar que cantar, hará que todos nos convirtamos en bailarines.
Otras opiniones:
lunes, 2 de agosto de 2010
NEUTRALIDAD ESTATAL Y MODOS DE VIDA
En las últimas semanas, algunos funcionarios de gobierno han demostrado desconocer el principio de neutralidad estatal ante los modos de vida y de autonomía del individuo.
El principio de neutralidad del Estado y el gobierno ante los modus vivendi, surgido en medio de las guerras de religión entre protestantes y católicos, planteaba que ningún gobernante debía imponer –menos por la fuerza física o legal- sus sistemas de creencias a sus súbditos. Por ende, no debía imponer un modus vivendi. Esa era la base de la libertad religiosa y de la autonomía.
Contrario a lo que algunos plantean, la neutralidad no significa hostilidad contra la fe, sino todo lo contrario, implica su respeto. Porque si un estado no debe promover una fe, tampoco debe suprimirla. Lo único que debe hacer el Estado es evitar que personas de distinta fe o modus vivendi, se maten a causa de esto. Es decir, generar coexistencia pacífica entre comunidades de creencias religiosas irreconciliables.
La neutralidad del Estado, es coherente con la idea de no intromisión del Estado en nuestra vida privada, en cuanto a qué vemos, qué leemos, qué escribimos, con quién nos reunimos, qué hablamos y qué pensamos. Por ende, también en cuánto a cómo llevamos nuestra vida en definitiva. Es decir, con el principio de autonomía.
El mismo Kant decía que el peor despotismo es aquel donde el gobierno, se comporta como un padre con sus hijos.
En las últimas semanas, algunos funcionarios de gobierno han demostrado desconocer el principio la neutralidad estatal ante los modos de vida y de autonomía del individuo.
Esto no es algo menor, si consideramos que en base a estos principios, se plantean que deben existir límites a la acción de los gobiernos, los cuales no pueden actuar arbitrariamente en los asuntos privados de los sujetos, sea cual sea su propósito.
Lo clave en este sentido, es que el Estado y sus agentes no deben actuar autoritaria y despóticamente, bajo ninguna clase de pretexto o fin. Cualquiera sea la justificación, hay una imposición, ya sea revolucionaria, moralista, religiosa, conservadora, etc..
Quienes desconocen tales conceptos a cabalidad (en todo el espectro político), en algunos casos defienden o toleran la falta de libertad política, es decir justifican la acción arbitraria del Estado sobre los individuos, simplemente porque se garantiza cierta libertad económica o la planificación económica. Son autoritarios de derecha o izquierda.
Cualquiera sea el caso, sus posturas son claramente intolerantes, no neutrales y en ningún caso emancipadoras.
¿QUÉ HACER? LA ACCIÓN COMO INACCIÓN
Siempre se ha hablado de la praxis, la acción en cualquier ámbito, como la forma de cambiar las cosas, el statu quo. Si bien esto es algo cierto ¿Qué pasa cuando la praxis deriva en dogma y se transforma en hacer por hacer, en un sin sentido?
En estos tiempos, las ideas adquieren valor siempre y cuando vayan de la mano de la praxis. Es común en las discusiones de todo tipo, que a las opiniones emitidas sobre cualquier tema, se las someta a examen bajo la pregunta ¿A ver qué haces tú por tal o cual cosa?
Bajo ese prisma, la legitimidad y coherencia de la opinión o de una idea queda supeditada a la praxis. Si bien esto es importante, en los últimos tiempos se ha producido una paradoja, la sobrevaloración de la acción, que ha terminado por establecerla como un dogma del hacer por hacer. O sea, la acción sin sentido, como inacción.
Este fenómeno es apreciable en diversos ámbitos. No obstante, lo común en todos estos casos es que la acción -que se levanta como contraria a cierto statu quo bajo algún prisma ideológico- termina por fortalecerlo al naturalizarse como parte de éste. En todos los casos, se establece una lógica acorde a lo que el “sistema” requiere, haciendo creer que lo que se hace va contra éste, aunque lo cierto es que los vuelve funcionales a su mantenimiento.
Así, ya es “natural” o “tradicional” que cada año en ciertas fechas haya desmanes o violencia -aunque quienes los cometan no sepan ni siquiera que día es- u otras situaciones que se muestra como contrarias al statu quo, sin realmente serlo. Con ello entonces, se comienza a camuflar la inacción como una “acción”.
Diversos tipos de acción surgidos del dogma del hacer por hacer, que eventualmente surgen como respuesta al statu quo imperante en cualquier ámbito, no sólo terminan por reforzar y legitimar el poder imperante, permitiéndole deslegitimar a priori y ante el resto de la población cualquier demanda por válida que sea, sino que inhiben la capacidad de acción real y concreta de otros actores.
El dogma de hacer por hacer, también hace creer a sus ejecutores, que como iluminados por la divinidad, son los únicos y mejores representantes de las demandas defendidas, y que sus acciones por carentes de sentido que sean, sirven de algo. La lógica del caudillo y del elitismo. Es decir, el dogma de hacer por hacer, en vez de unificar, también divide. Nada más funcional al statu quo en cualquier orden de cosas.
En estos tiempos, el dogma del hacer por hacer, no sólo es notorio en ciertas fechas, sino que se hace más notorio en las redes sociales, donde todos se unen a diversos foros o grupos, que plantean defender distintas causas, sin siquiera saber en muchos casos, qué se defiende o cómo. Acción sin sentido. Una fe ciega. Una nueva religiosidad.
La lógica del hacer por hacer, al igual que otros dogmas, a través de la inacción camuflada como acción, produce una autocomplacencia en los individuos mediante ciertos rituales, aún cuando no tengan ningún efecto real.
¿Qué hacer entonces realmente?