martes, 29 de enero de 2008

Homo Alienatum, el nuevo Habitus del Periodista

La actividad periodística, como un trabajo más, no pudo escapar a las lógicas de transformación que se produjeron, en cuanto a las formas de división del trabajo, lo que indefectiblemente llevó a la profesionalización del periodismo.
Para ser más exactos, deberíamos decir, la academización o tecnificación de éste. Es decir, el paso desde una actividad de carácter vocacional a una carrera universitaria –con prácticas y técnicas determinadas muy limitadas-.
Esto, irremediablemente produjo un profundo cambio en el habitus que hasta esos momentos, habían tenido los periodistas en el mundo.

El nuevo habitus, surgido a partir del paso de oficio a profesión, es apreciable a nivel de dos dimensiones; en su relación entre ellos y con la información, en base a una nueva valoración de ésta última; y en el cómo perciben su rol social.
La percepción con respecto a la información, que ha cambiado desde una noción normativa a una económica, ha generado dos efectos; una atomización en las estructuras de relación entre los mismos periodistas, que ya no se perciben como compañeros, sino como competidores, y la alienación de todos estos, con respecto a la información en sí.

En cuanto a cómo perciben su rol social, los periodistas han abandonado la noción de rol social relacionado con el de fiscalización y liberación cognitiva -en cuanto grupo independiente y fiscalizador del poder- y han adoptado otra, relacionada más con el campo del marketing y la publicidad, donde la función del periodista se reduce a la de un mero transmisor de información, sin filtrarla ni evaluarla en cuanto a su utilidad social.

Como tal función es en extremo simple, se vuelve fácilmente reemplazable y el valor de su trabajo pierde toda importancia, puesto que el poco valor que se le atribuye socialmente, también lo asume el público, que se informa menos, mal o simplemente no lo hace, porque no cree, o considera de poca importancia la información que entrega la prensa. El nuevo habitus genera una disminución del sentido y valor de la prensa como campo.

El periodista, y su trabajo, en muchos casos se vuelve un instrumento entrópico –hablando en términos de comunicación- entre el público y la información que entrega, ya que en muchos casos generan más ruido que datos útiles para el primero, contribuyendo innegablemente a los altos niveles de despolitización y desinformación que en general caracterizan al público actual.
De una actividad concebida como emancipatoria, el Periodismo pasa a convertirse en una actividad alienante, tanto para el mismo periodista como para el público.

Así, el poder político y económico entonces, tienen más espacios para hacer uso de la Prensa, en pro de intereses particulares y no públicos, inhibiendo la existencia de medios independientes, el acceso a información, a través del desvío, minimización o incluso el claro ocultamiento de asuntos públicos importantes. Lo anterior, no con la prohibición, sino que con la entropía, a través de la entrega sistemática de información irrelevante, lo que en Chile se conoce como la farandulización de la prensa.

Parece producirse entonces una invasión total de los temas de la llamada Prensa Rosa sobre otros campos, como la política, el deporte y la cultura.
El más importante de ellos, el Político, comienza a perder su primacía en los asuntos sociales y públicos, y queda imbuido por las lógicas marketeras de la información y los medios.

Los actores del campo político entonces, también tienden a adaptar su habitus, hacia una lógica mediática, que genera una sobrevaloración de acciones que pueden ser catalogadas de populistas y en extremo inútiles, en términos de Bienes y Políticas Públicas, pero muy eficaces en cuánto a Marketing Político.
El capital simbólico a nivel del campo político, se transforma y entonces, la actividad política misma, pierde su sentido primario como actividad donde se toman decisiones para el Bien Común.

Las personas entonces, ya no asumen lo político como actividad relativa a los asuntos públicos y ciudadanos de todos, sino como un campo en extremo cerrado, aislado de los ciudadanos y con el que sólo tienen relación en períodos eleccionarios. Eso se traduce, irremediablemente en desafección política –no en términos ideológicos- sino en cuanto a considerar los asuntos públicos como tales.

Los asuntos públicos, pasan a ser vistos por la ciudadanía como discusiones lejanas, hechas a cuatro paredes, en sedes partidarias y sin ninguna incidencia sobre sus propias vidas. Se produce entonces la enajenación ciudadana con respecto a lo político.
En este punto, juega un rol fundamental la concepción de la información bajo una noción económica y no normativa. La verdad ya no está en los hechos, sino en lo que puede alcanzar alto rating.

El periodista entonces se ve alienado de la información que entrega, puesto que el valor de ésta no tiene relación con su veracidad, sino que con su capacidad de impacto.
Por lo tanto, la exigencia de rigor se ve, en muchos casos, inhibida por la inmediatez que exige la competencia, y por la necesidad de lograr constantes primicias noticiosas.
Lo anterior incide en los niveles de cooperación entre los periodistas, que establecen relaciones de competencia, en muchos casos, en extremo poco éticas, pues todo es válido con tal de alcanzar la primacía informativa.

No es extraño entonces, que escuchemos en forma cada vez más frecuentemente, a periodistas tener que retractarse de sus dichos o publicaciones, debido a que eran erradas o simplemente falsas.
Así, el nuevo habitus del periodista tiende a inhibir su capacidad crítica, y lo obliga a someter su criterio a información banal, en muchos casos tendenciosa, y lo vuelve en extremo competitivo, poco criterioso y falto de rigor. Lo vuelve, un Homo Alienatum, entrenado para crear otros Homo Alienatum.

Jorge Gómez Arismendi
Periodista Universidad Santo Tomás
Magíster (c) Ciencia Política Universidad de Chile

miércoles, 2 de enero de 2008

El discurso navideño, entre el consumo y la espiritualidad

La celebración de la Navidad, como componente ritual de la religiosidad cristiano-occidental, surgió en base a dos claves discursivas esenciales: el nacimiento del Mesías en el pesebre y la llegada de los Reyes Magos como representantes del poder terreno.

La primera clave, que corresponde a la dimensión espiritual del mensaje, plantea el tema de la humildad, austeridad y escasez material en que habría nacido Cristo.
La segunda, envuelve la dimensión material de lo existente y su subordinación a la espiritualidad y que se encarna en la entrega de regalos por parte de los reyes magos al Mesías, simbolizando su respeto al mismo.

Más allá de los aspectos esencialmente religiosos que la enmarcan, como hecho simbólico y discursivo, la Navidad anteponía la esencia espiritual de los sujetos, por sobre el contexto material de éstos, como base de la felicidad.
Simbolizaba entonces, la aceptación del dominio del espíritu sobre la materia. En definitiva el dominio del mundo de Dios sobre la Tierra de los hombres.

Durante siglos, esa premisa permitió que como celebración y ritual, la Navidad se expandiera más allá de las fronteras geográficas y de la propia fe cristiana, situándose como un símbolo de esperanza y fe en la fraternidad y bondad entre los seres humanos, y celebrado por muchas personas cada año, sin importar el credo de éstas.

En esto no había hipocresía, puesto que lo que terminaba valorándose con fuerza era el mensaje central de la filosofía cristiana, amarse unos a otros como así mismos.

La Navidad en este sentido, terminó por simbolizar la buena fe en los seres humanos, marcada por la posibilidad que tiene cada sujeto de realizar actos de amor con respecto a otros, aún sin importa en qué crea. Ejemplos de esta visión son las múltiples personalidades atribuidas a la cualidad de ser bondadoso, como Santa Claus, Papa Noel, San Nicolás, el Viejo Pascuero, etc.
Otro ejemplo de está estructura discursiva es la obra de Charles Dickens, ambientada en la era victoriana, llamada Canción de Navidad.

En dicha historia, los espíritus de las navidades pasadas, presentes y futuras visitan a un ateo total, Ebenezer Scrooge, que no la celebra y que tiene una actitud avara y poco fraterna con su único empleado Bob Cratchit, que a pesar de su pobreza y la enfermedad de su hijo Tim, sí celebra la navidad.

Al final del cuento, se produce la “redención” de Scrooge y surgen sus actos de bondad, como símbolo del triunfo de la buena fe.
Así, la espiritualidad, simbolizada en la bondad, se antepone a la materialidad como valor universal, más allá de los aspectos religiosos, sociales o contextuales.

La brújula de Santa Claus
Actualmente, sin embargo, existe una reestructuración de dicha disposición discursiva, lo que algunos entienden como la perdida de el “sentido” de la Navidad ante el excesivo consumismo y la publicidad, que se antepone ante el sentido de buena fe –desplegado como potencial de espiritualidad de los sujetos-.

La Navidad, en términos publicitarios, comerciales y sociales, se ha convertido en un ritual de consumo naturalizado, donde sus claves, como la austeridad, la bondad y la fraternidad han quedado relegadas a un plano simbólico y no práctico.
En otras palabras, se prioriza el criterio de consumo por sobre el criterio simbólico de ésta.

La paradoja esencial de todo esto, es que se produce una dualidad en cuanto a dicho sentido –la espiritualidad por sobre los bienes materiales- según el nivel de acceso a bienes materiales y el supuesto nivel de espiritualidad de los sujetos.
Así, constantemente se cuestiona el nivel de espiritualidad y valores de los menos pudientes que quieren acceder a bienes suntuarios a base de endeudamiento a largo plazo.

Pero, en ningún caso se cuestiona el nivel de espiritualidad y los valores de aquellos que teniendo grandes recursos económicos y a la vez un discurso “espiritual” también acceden a esos bienes suntuarios y practican una actitud poco bondadosa con sus congéneres en estas fechas y todo el resto del año.
En base a la capacidad de consumo, a algunos se les perdona su falta de espiritualidad y a otros se les condena. Esa es la paradoja principal.